La contratación de personas menores de 25 años con alguna discapacidad por parte de empresas, entidades y administraciones sigue en alza. El pasado año se batió el récord histórico en este ámbito y se firmaron casi 28.000 contratos, superando incluso las cifras prepandemia: en el 2019 se firmaron menos de 27.000. Así pues, buenas noticias para estas personas y también para la sociedad en general, que sigue avanzando en la inclusión de los colectivos más desfavorecidos.
Detrás de estos buenos datos se esconden otros que no son tan positivos: la tasa de actividad de las personas con discapacidad es sólo del 34% y, por otra parte, las que quieren trabajar tardan más del doble de tiempo que el resto de jóvenes de su edad en encontrar trabajo. Y en el caso concreto de las chicas las cifras aún revelan mayores diferencias.
Prejuicios sobre su productividad, estereotipos de género, discriminación por ignorancia… las piedras en el camino de esta juventud hacia su plena incorporación al mundo laboral son muchas. Todos los expertos señalan que aquí también se producen algunas carencias en el ámbito formativo y en el papel de las empresas que podrían ayudar a allanarles estas dificultades. El último informe Jóvenes con discapacidad: motor de futuro, que elabora anualmente la Fundación Addeco, lista varias propuestas en este ámbito. Éstas son unas cuantas:
Para la administración:
- Políticas activas de empleo. Son claves para evitar la desconexión entre la educación y las demandas de las empresas. Se necesitan programas de capacitación y formación adecuados a los jóvenes con discapacidad.
- Colaboración público-privada. Para aprovechar sinergias con el objetivo de orientar a los jóvenes sin experiencia profesional y conseguir que puedan incorporarse en sectores emergentes en el menor tiempo posible, para evitar el paro de larga duración.
- Invertir en recursos pedagógicos. Para evitar que, sobre todo las personas jóvenes con discapacidades de tipo cognitivo, se queden atrás. Esto significa más docentes especializados, planes educativos personalizados, universidades integradoras e inclusivas… y también incluir, de forma natural, la discapacidad en el programa curricular de las escuelas para contribuir a eliminar prejuicios.
- Programas de empleo público. Para conectar a esta juventud con el mercado laboral, de forma transitoria, para que después lo tengan más fácil para integrarse en cualquier otro trabajo.
Para las empresas:
- Fomentar la inclusión laboral. Los sistemas de selección de personal tradicionales son una barrera muchas veces infranqueable para los y las jóvenes con discapacidad, pues no compiten en igualdad de condiciones. Y aquí la sensibilidad de las empresas es clave para conseguir procesos de selección alternativos y adaptados.
- Impulsar el acercamiento al tejido asociativo, a las universidades y a los centros de formación profesional. Este acercamiento puede ser una buena fuente para reclutar a jóvenes con discapacidad.
- Adecuación de los entornos y programas de mentoring. La entrada en un puesto de trabajo puede ser más complejo para una persona joven con discapacidad que para cualquier otra: un entorno nuevo, unos compañeros nuevos, unas nuevas dinámicas… Por eso, adecuar físicamente los espacios, rediseñar los procesos productivos y garantizarles una mentoría (normalmente, una persona experta) pueden ser unas buenas palancas para conseguir su plena inclusión.