María abría por primera vez sus ojos mientras era observada por las expectantes miradas de sus hermanos y de su padre. Su mamá la tenía en brazos, con la mirada de aquel amor que se sabe incondicional; la mirada y el calor de una madre.
Nadie sabía lo que le depararía a María. Nadie sabe qué le pasará a un recién nacido, así que nadie sabía que María sería una niña feliz, extrovertida, alegre y revoltosa. Nadie sabía la pasión con la que lo haría todo, tampoco nadie sabía el gran esfuerzo que necesitaría para desarrollar su aprendizaje intelectual. Nadie sabía nada en esa época o, por lo menos, no se sabía como se sabe ahora. Quizás sea esa la causa de su situación actual; el no saber. Si alguien hubiese sabido, le hubiesen diagnosticado TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad).
Llegó la adolescencia y, si bien son etapas de la vida ya difíciles de por sí, en el caso de María siempre traían consigo un extra. Aumentaron las dificultades para seguir los estudios y las relaciones personales con su familia y amigos se volvieron difíciles. Sus primeras experiencias laborales fueron vividas con una gran presión y un alto nivel de exigencia, y eso hizo que la enfermedad que tenía “escondida” aflorara. Las causas que nosotros nos habíamos creído o queríamos creer (falta de aptitud, cambios hormonales por la edad, etc.) se transformaron en una enfermedad mental, un diagnóstico de dos palabras: Esquizofrenia afectiva.
El saber fue acompañado de un ciclo en el que, fruto de los brotes psicóticos con delirios que padecía, no controlaba nada de lo que hacía o decía. Empezó entonces una nueva etapa que se caracterizó por los constantes ingresos en centros de atención psiquiátrica. Fue un ciclo en el que los que la queríamos ayudar, nos convertimos, para ella, en los culpables de su situación.
Ahora sabemos que María va a tener una vida no escogida, una vida que la encontró y que no se adaptará a su querer crecer, sino que será su avanzar el que se adaptará a su vida, tal como le aparezca y despierte cada día. Sabemos que alternará periodos de relativa “normalidad” con otros totalmente caóticos, en los que dependerá de ingresos periódicos en centros especializados. Quién sabe si con el tiempo tendremos la necesidad de tutelarla. Quién sabe.
Ahora sabemos… ahora entendemos… que los periodos de presumible normalidad no son más que una pausa, una pequeña tregua de esas dos palabras, esas palabras que definen una vida, una manera de crecer. Ahora sabemos… ahora entendemos… que María siempre dependerá de nosotros, de su entorno, y de un sistema sanitario al que agarrarse y acudir cuando esas dos palabras no sean tan afables con ella. Nosotros sabemos, pero ella sigue sin saber o sin aceptar.
Cuando oímos hablar de dependencia, la mayoría de nosotros pensamos en las personas mayores que, en su etapa final de vida y por diferentes patologías (físicas o psíquicas), necesitan a otras personas para acabar dignamente su vida. Pero no sólo ellos son importantes, creo que subestimamos a todas aquellas personas que han tenido mala suerte y que esa dependencia no llega en el fin de sus vidas, sino que ya nacen con ella.
Imma Folguera.
Departamento de Facturación – Atlàntida Mèdica.
Me ha gustado mucho leerlo. He aprendido a ver esta realidad desde un perspectiva de los propios afectados, que es muy interesante. Gracias