Socialmente entendemos la vejez como algo no deseable, aunque inevitable. El concepto de vejez incluye, por definición, cambios físicos, fisiológicos y sociales que, de forma general, se entienden como negativos. Ligado a esta concepción hay un conjunto de mitos y creencias relacionados que no suelen corresponderse con la realidad. Uno de los más extendidos es el mito de que las personas mayores no tienen vida sexual ni desean tenerla.
Esto es, evidentemente, una creencia errónea. Cierto es que los cambios físicos y fisiológicos que se van produciendo a lo largo que envejecemos tiene consecuencias, entre otros ámbitos, en la sexualidad.
Cambios en la sexualidad
En mujeres, debido al comienzo de la menopausia y reducción de hormonas femeninas, como los estrógenos, se da:
- Reducción del endometrio.
- Reducción del diámetro de la vagina y del tamaño del útero.
- Disminución de la lubricación.
- Atrofia de la uretra.
- Cambios en la elasticidad y forma de los senos.
En hombres, debido a la reducción de hormonas masculinas, como la testosterona, se da:
- Reducción del tamaño de los testículos.
- Disminución de la firmeza y duración de la erección.
- Disminución de la cantidad y calidad de espermatozoides.
¿Cómo se reflejan estos cambios en la actividad sexual?
Las consecuencias de los cambios anteriores serán cambios en la respuesta sexual. Si clasificamos esta respuesta sexual en las 4 fases que proponían Masters y Johnson (1966) -excitación, meseta, orgasmo y resolución- los cambios que podemos encontrar en cada unas de ellas son:
- Excitación: disminución de la libido y de la velocidad de excitación; necesidad de mayor estímulo para que se dé la erección y la lubricación vaginal.
- Meseta: fase más prolongada en ambos casos, aunque en mujeres un poco más.
- Orgasmo: es menos frecuente y de menor duración, la experiencia suele ser menos intensa.
- Resolución: vuelta al estado normal más rápida en ambos casos.
Sin embargo, esto no es sinónimo, ni mucho menos, de pérdida de la vida sexual. Más bien, nuestra vida sexual en la vejez va a depender de muchos otros factores. Por ejemplo, es importante destacar que muchas personas mayores han vivido su sexualidad bajo la represión de la época. En el caso de España, durante la dictadura la homosexualidad estaba penada, cosa que, como es evidente, tuvo repercusiones en la forma en la que algunas personas vivieron su sexualidad. De hecho, se crearon leyes, con sus penas correspondientes, para castigar aquellos que expresaban su homosexualidad en público, al ser considerada un acto de peligrosidad.
Por ello, muchas personas vivieron su juventud ocultándose, fingiendo ser algo que no eran, por el miedo a las represalias. Esto, muy probablemente, pudo tener consecuencias en la visión y autoconcepto que estas personas tenían de sí mismas y de lo que eran o sentían. Este es un claro ejemplo de cómo la forma en que desarrollemos y expresemos nuestra sexualidad a lo largo de la adolescencia, juventud y la vida en general, va a estar relacionada directamente con la forma en que la vivamos en la vejez y, por supuesto, con la actividad sexual. Por ejemplo, puede haber ancianos que se hayan mantenido solteros durante los años, no se hayan mostrado nunca públicamente como homosexuales o repriman esa parte de sí mismos porque han aprendido que es algo malo o que se debe ocultar.
Factores que influyen en la respuesta sexual
En conclusión, los cambios fisiológicos que se dan producto del envejecimiento van a provocar cambios en la respuesta sexual pero no, necesariamente, van a significar el final de la vida sexual. Hay muchos otros factores que influyen y que, de forma general, podemos agrupar en dos grandes grupos:
- Factores generacionales: donde encontraremos las vivencias de cada persona según el momento histórico y social que le ha tocado vivir y las consecuencias de este. Es decir, probablemente la forma en que las personas mayores del presente viven y entienden la sexualidad no será la misma que la forma en que lo entiendan los mayores del futuro.
- Factores individuales: donde encontramos las diferencias individuales de cada uno, por ejemplo la forma en que cada uno entiende el sexo, el hecho de tener o no pareja (quedarse viudo o viuda), el autoestima (debido a los cambios físicos y/o enfermedades o dolencias, la autoimagen de uno mismo puede verse afectada, cosa que repercute en la autoestima), la salud mental (los ancianos son una población con altos niveles de depresión)…
Es importante que desde la sociedad se empiece a rechazar estos mitos, normalizando la sexualidad en cualquier etapa de la vida y dándole la importancia que merece. Entendiendo, a su vez, que en la vejez no solo existen y se dan relaciones sexuales sino que son igual de apropiadas y satisfactorias que en cualquier otro momento de la vida. De este modo, lo más normal es que si una persona ha tenido una sexualidad satisfactoria a lo largo de su vida, esto se mantenga en la vejez. Adaptándose, eso sí, a los nuevos cambios.
Natalia Carbonell, equipo de Psicologia de Dependentia