El duelo es un proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida. Aunque normalmente se atribuye este concepto a la pérdida de un ser querido, podemos encontrar procesos de duelo referidos a la pérdida de objetos, situaciones, partes del cuerpo,… Y es que son los vínculos afectivos (el apego) y la relación con la persona, los factores que determinarán la aparición del duelo. Las diversas reacciones y comportamientos que se originarán, irán dirigidos a reestablecer la relación que existía con la persona perdida.
Entendemos por elaboración, la adecuada resolución del proceso de duelo. Para poder elaborar el duelo y el sentimiento de la pérdida, es necesario realizar estas tareas:
Aceptar la realidad de la pérdida: puede que acabe siendo una de las cosas más difíciles que tengamos que hacer en la vida, pero es necesario entender que nuestro ser querido ha muerto y que no va a regresar. Conseguirlo puede llegar a ser más difícil si la muerte fue inesperada o violenta, si estábamos lejos de casa cuando ocurrió o si no pudimos participar en el rito funerario.
Elaborar las emociones y el dolor de la pérdida: como veremos más adelante, es necesario pasar una fase de dolor y de fuertes emociones, que en la medida de lo posible, tendríamos que intentar exteriorizar y compartir con familiares y amigos.
Adaptarse a la nueva realidad sin la persona que hemos perdido. A partir del momento de la pérdida, la persona empieza una nueva vida sin esa persona querida, y ello supondrá un proceso de adaptación.
Recolocar emocionalmente al otro y continuar viviendo: llegará un momento en el que nos desprenderemos del dolor, superaremos lo acontecido y entenderemos que la vida está llena de posibilidades para retomar las relaciones personales que manteníamos, y para seguir estableciendo otras nuevas.
En la mayoría de los casos, el duelo se resuelve de manera natural, gracias a la utilización de los recursos adaptativos con los que cuenta la propia persona y al apoyo social que recibe de su entorno. Sin embargo, no todo el mundo dispone de una estructura social lo suficientemente amplia, ni de las herramientas psicológicas necesarias para aceptar lo ocurrido y superarlo. En estos casos, el duelo se vuelve mucho más difícil de resolver, y es fácil que desemboque en episodios de ansiedad, depresión o abuso de psicofármacos y medicamentos, dando lugar a lo que conocemos como duelo patológico.
El tiempo adaptativo (considerado «normal») para conseguir la aceptación de la pérdida de un ser o un objeto muy querido, está entre los dos y los tres años, y engloba el periodo comprendido entre el momento en que la persona empieza a evidenciar la posibilidad de una separación (siempre que no sea una pérdida inesperada), hasta que acaba por aceptar de manera global este acontecimiento. La consecución de este hecho, está modulada por una serie de variables como son: la edad de la persona, la madurez y el grado de autonomía personal, el tipo de relación, si hay o no «idealización» de la persona fallecida o si hay resentimiento (como en el caso de los suicidios).
Es importante señalar que el duelo es un proceso único, que no transcurre ni afecta a todas las personas por igual, y que no sigue un patrón de desarrollo universal. A pesar de ello, podemos identificar seis etapas por las que es necesario pasar:
1) Negación emocional: Es la reacción que surge como defensa, y se caracteriza por reacciones de incredulidad, negación y shock, que son exteriorizadas habitualmente a través del llanto. La posibilidad de ver el cuerpo del fallecido y el funeral, son los eventos que oficializan el proceso, que se alarga hasta que se inicia la asimilación gradual del acontecimiento.
2) Protesta-Rebeldía: En esta fase, el cuerpo se prepara para soportar la tristeza descargando la frustración por lo que ha sucedido. La pena y la rabia que emergen, pueden ir dirigidas hacia personas relacionadas con el acontecimiento, como son médicos y familiares, y es frecuente que en este momento, ya se evidencien sentimientos de soledad. Suelen vivirse experiencias emocionales contradictorias, ya que por un lado, se sabe que la pérdida es real, pero por el otro, se mantiene la esperanza de que todo pueda volver a ser como era antes. Poco a poco, esta esperanza va desapareciendo y la realidad empieza a reestructurarse, especialmente los roles familiares, momento en que la situación del afectado puede agravarse más si cabe.
3) Tristeza-Disgusto-Lástima: Son habituales en este momento, el dolor por la separación, el desinterés por el mundo y la angustia, que son causados por tener que deshacer el vínculo y los lazos que nos unían a la persona querida, ya que llegados a este punto somos conscientes de que la pérdida es irreversible. Con frecuencia, se da una pérdida de energía permanente para hacer las actividades cotidianas, la idealización de las virtudes del difunto, y en ocasiones, sentimientos que pretenden situar a la persona que ha muerto en un lugar mágico.
4) Aceptación intelectual y global: Poco a poco se van recuperando los sentimientos positivos y las ganas de vivir. Debemos comprometernos con nosotros mismos para recuperar las actividades sociales que teníamos, y transformar la energía ligada al dolor en cosas útiles para nosotros y para los que nos rodean. Además, tenemos que intentar centrarnos en las cosas buenas que la persona ha dejado y en lo que ha significado para nosotros, para que vayan pasando las semanas y los meses, aceptemos que nuestra vida ha cambiado y recuperemos progresivamente la «normalidad».
5) Búsqueda del significado global: Nuestras emociones son en este punto más serenas, y existe una mayor comprensión y aceptación de la experiencia dolorosa, ya que es en esta fase cuando comenzamos a curarnos internamente y crecemos con la experiencia. Todo ésto implica una comprensión profunda del acontecimento, la reparación de nuestros vínculos internos y externos, y un aprendizaje que nos acompañará para siempre.
6) Elaboración y nuevos apegos: Es el tiempo del después. Al elaborar una pérdida no olvidamos, y seguimos recordando el pasado, pero con el paso del tiempo, el recuerdo ya no es doloroso y podemos hablar de la pérdida sin sufrimiento. Ya ha pasado un tiempo en el que hemos madurado lo ocurrido, hemos aprendido un poco más sobre la vida y creemos en la posibilidad de seguir creciendo a través de nuevas relaciones y apegos.
Muchos estudios científicos, y muchas experiencias de las personas que atendemos cada día, nos muestran que a menudo los daños psicológicos son más dificiles de recuperar que los daños físicos. Por todo ello, desde Dependentia pensamos que es muy importante seguir trabajando para dar a las personas (ancianos, en situación de dependencia y familias en general) todo el apoyo emocional que necesitan en momentos de la vida que pueden llegar a ser realmente complicados. Aquí estamos, por si nos necesitais.